Espacio para la Mesa de las Iglesias Históricas de El Salvador
- Fecha del evento: 2022-03-25
JPIC en el Diplomado de Fe y Política
La compasión como praxis liberadora
El Diplomado de Fe y Política se realizó del 18 de febrero al 25 de marzo de 2022, en la Iglesia Episcopal Anglicana “San Juan Evangelista”, con la participación de Juan José Tamayo, teólogo de origen español, que estuvo acompañando todas las sesiones de forma virtual y se clausuró en torno a la Fiesta de Monseñor Romero, de forma presencial. El presente texto recoge apuntes y citas de las Conferencias dictadas y algunos elementos de mi reflexión personal a los que he titulado “La compasión como praxis liberadora”.
El hilo conductor del Diplomado fue la compasión, entendida como “ponerse en el lugar de quienes sufren, en una relación de igualdad y empatía”, siguiendo la tradición del Antiguo Testamento, la Tradición del Nuevo Testamento y la perspectiva de la Teología de la Liberación.
En el Antiguo Testamento, “compasión”, hace referencia a dos palabras. La primera es “Rahamín” (Rehem: regazo materno), que es un término femenino que significa “entrañas de misericordia”, atributos que se expresan de la ternura y compasión de Dios: “por eso mis entrañas se conmueven por él; ciertamente tendré de él misericordia” (Jer 31, 20) y “Hesed” (Jesed: misericordia, gracia), es un término que significa la fidelidad a un compromiso adquirido por Dios: “pero con amor eterno te he compadecido, dice el Señor tu Redentor” (Isaías 54,8).
En la tradición bíblica, la compasión de Dios se manifiesta en la liberación del pueblo que estaba esclavizado en Egipto. Dios se manifiesta como el “Dios liberador”, que ve la humillación de su pueblo y escuchados sus gritos (cfr. Ex 3, 7). Así mismo, los profetas y las profetizas del pueblo de Israel reconocían que “Yahvé es un Dios misericordioso” (Dt 4, 31), a quien se le da el nombre de Justicia y Compasión. Los Salmos cantan que la Misericordia de Dios es eterna (cfr. Sal 117) y que vendrá un Mesías prometido a los pobres, de parte de Dios, quien reestablecerá el derecho y la Justicia (Sal 72).
En la tradición del Nuevo Testamento, Zacarías refiere que “por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto (Lc 1, 78) y María de Nazaret en su cántico expresa que Dios se acuerda siempre de su Misericordia (Lc 1, 54). La compasión fue la opción fundamental de Jesús de Nazaret, quien ha venido a anunciar la Buena Noticia a los pobres, a dar vista a los ciegos y a liberar a los oprimidos (cfr. Lc 4, 18-19) -en sintonía con la praxis de Dios liberador-.
La compasión en Jesús de Nazaret no es una actitud intimista y alienante, sino un modo de relacionarse con Dios, consigo mismo y con los demás. Además, tiene una dimensión pública, ética, política y conflictiva que se expresa en las Bienaventuranzas (Lc 6, 20-23). Para Jesús de Nazaret la compasión consistía en ponerse al lado de los que sufrían: los pobres, los enfermos, las prostitutas, los excluidos y todos los que ven amenazada su vida en todas las formas. Además, nos invitó a ser compasivos como el Padre es compasivo (Lc 6, 36), quien siente compasión y se le conmueven las entrañas al ver que sus hijos e hijas regresan (cfr. Lc 15, 20). El Reino de Dios es un Proyecto de Vida, Verdad, Justicia, Compasión, Misericordia, Paz, Solidaridad, Fraternidad, Sororidad y Santidad.
La Iglesia está llamada a encarnar el Evangelio en la realidad histórica en la que se encuentra. La Iglesia no es un ejército para ordenar, obedecer, sofocar cualquier disensión; preocupada únicamente por su autoconservación, autodefensa y contraataque. Es comunidad de Amor, en la que “el Amor es verdaderamente praxis”, y praxis, aquí, implica liberación, conversión y transformación. La Iglesia no es adecuadamente el Reino de Dios, sino su servidora. Debe, por ello, practicar aquel amor y aquella justicia que hagan posibles las concreciones históricas del Reino de Dios. Debe ser instrumento del Reino de Dios (Sobrino, 1989).
La Iglesia, como sacramento de Dios en la historia, debe ser signo de la presencia de Cristo entre los pobres, está llamada a estar con los pobres y hacerse verdaderamente pobre, está llamada a denunciar proféticamente las estructuras de injusticia y deshumanización y anunciar, con su testimonio, la fraternidad, el amor y la liberación integral de todos los pueblos. La Iglesia tiene la tarea de anunciar con su testimonio el Reinado de Dios, tarea que tiene una insoslayable dimensión política, porque va dirigida a los hombres que viven en un tejido de relaciones sociales (Gutiérrez, 1999).
Tiene la tarea de dialogar con las demás religiones, respetando el pluralismo religioso y reconociendo la igualdad de todos los creyentes, sin proselitismos ni monopolios de la fe y sin ser autorreferencial doctrinalmente. Además, debe dialogar con los movimientos campesinos, los movimientos ecuménicos y movimientos feministas; no debe ser indiferente ante el dolor que genera la pobreza, el desempleo, la violencia institucional, los desplazamientos forzados y las consecuencias de la pandemia del Covid-19. La Iglesia es comunidad de comunidades, es decir, es el Pueblo de Dios. No es una organización jerárquica piramidal, autoritaria y patriarcal. Nuestras Iglesias deben ser signo de liberación integral de nuestros pueblos -en sintonía con la praxis de Jesús de Nazaret- (ver Decálogo para un Movimiento Ecuménico, de Juan José Tamayo).
No debemos renunciar a la utopía, tenemos muchos referentes de lucha de personas que encarnaron la compasión como Monseñor Romero, Monseñor Gerardi, Berta Cáceres, los mártires de nuestros pueblos latinoamericanos y muchos hombres y mujeres que han luchado y se han compadecido del sufrimiento de sus hermanos, en sintonía con la praxis compasiva y liberadora de Dios y de Jesús de Nazaret.
Fr. Roberto Gutiérrez, ofm